Esperábamos en Madrid algo de lluvia en la segunda quincena, especialmente calurosa y seca, de mayo. Un dicho popular mostraba la alegría de algo beneficioso y/o esperado largo tiempo: “Ha venido como el agua de mayo”. Habrá que ir cambiando los refranes. En mi infancia oía: “Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso”. Este año, marzo fue lluvioso y abril ventoso. El cambio climático da señales cada año, en cada estación, en muchos lugares del mundo.

Me fascinó un minúsculo y efímero arcoiris, tras cinco minutos de leve lluvia.  Los tejados apenas tuvieron tiempo de reflejar unas gotas, evaporadas rápidamente por un fuerte viento de poniente. Recordé a mi viejo amigo Gérald, parisino entusiasmado por las aldeas tradicionales y las  antiguas techumbres.  He heredado su pasión por la conservación de las casas de pueblo abandonadas.

Atrás quedan los recuerdos del amigo fallecido,  nuestras correrías por caminos rurales en búsqueda de antiguos castillos e iglesias románicas, en Francia y en España. Entorno los ojos y el tiempo se detiene. La luz impregnada de humedad se rinde lentamente a la noche de luna menguante.

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