Un buen hogar es como un buen nido. Cuando se elige el lugar, ha de ser sólido y estable. Dos nidos de cigüeñas en la punta del abeto, a veinte metros de altura, desafían vientos y vendavales hace más de dos décadas.
En la esquina de mi urbanización, encima de una parada de autobús, muy pocos ven los nidos, porque miran más hacia los teléfonos móviles que hacia el cielo.
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