Estoy enterrando a Kayú
bajo su higuera preferida,
desnudo y sin sudario,
enredado entre raíces sin rencor,
perdidos sus recuerdos
en las brumas del olvido.
Murieron hace tiempo
el Tao y el Altao, entre altares,
velas y espirales de niebla.
Quedó suspendido en el cielo
Uruksaya, árbol invertido
que dejó de sostener el mundo,
cansado de su sino y su destino.
Nublados los ojos de Tunkasila,
abuelo perdido en lontananza
tras múltiples caminos caminados.
Me pregunto quién entierra,
quién escribe y guarda memoria,
quién el Testigo de tanto acaecer,
de tantos rostros y ropajes.
Resuena en los ecos del tiempo
la pregunta solitaria y sin pareja,
sorda al repetido recital de respuestas
en una sola y única resumidas.
De todas formas todos son perennes, porque son eternos como tú.
Gracias Rosa. Somos todos perennes, cuando suprimimos los pronombres y los tiempos. Cuando solamente queda el infinitivo SER.
Sí Rosa, todos somos perennes cuando se suprimen los pronombres y los tiempos, quedando solamente el infinitivo: SER