Al final del crepúsculo, el tiempo se ha detenido. El cielo ha bajado sus estrellas para iluminar nueve platos, que esperan pausados a nueve afortunados comensales. Parece una paradoja, pero muchos lo hemos vivido.
Cuando el silencio lo inunda todo, el instante es una eternidad, la eternidad una sucesión infinita de instantes. Los ojos del corazón y los poros de la piel ven de nuevo la magia, escondida bajo el trajín cotidiano. La belleza adquiere su mayor profundidad cuando claridad y sombras se funden. La luz cenital disuelve miedos, dudas y tristezas. ¿Sería esto la felicidad que todo el mundo persigue sin saberlo?
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