Se posó sobre el crisantemo que aún no se había helado. Me fascinó cómo libaba, aprovechando que había salido el sol un frío día de otoño. Tal vez le quedaba un día más de vida, sin conciencia de poder morir esa misma noche o la siguiente. Se me alegró la vista y el corazón. Detuve el sorbo de té que estaba tomando. Yo también podía morir esa misma noche, pero no me importaba. El tiempo se detuvo.
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