Desayunando esta mañana, descubrí a mi doble. Solamente nos separaba un árbol. No tuve la sensación de que fuera un augurio de mi propia muerte, como sucede en la tradición nórdica con el “Doppelgänger” (“el que camina al lado”) . Al aparecer temprano en la mañana, pensé más bien en un “Fetch” de buen augurio de la tradición irlandesa. Si hubiera sido a otra hora, hubiera sido un mal presagio.
El protagonista de la novela de José Saramago, “El hombre duplicado”, se llama curiosamente Tertuliano Máximo Alfonso. Al encontrar a alguien idéntico a él, reflexiona sobre su identidad. ¿Es un ser único y singular? ¿Cómo influye en el propio destino el encontrar a alguien idéntico a uno?
Borges en su cuento “El otro”, parte de un hecho real que le sucedió ya en la tercera edad. Además de su profunda reflexión sobre qué hay al otro lado del espejo que nos refleja, deja entrever una añoranza de la juventud perdida. Con él entro en un breve ensueño sobre las innumerables vidas distintas que hubiéramos podido tener de haber tomado en cada ocasión decisiones distintas.
Transcurridas estas breves sinapsis, sigo disfrutando del tímido sol primaveral. ¿Habré alcanzado, según la tradición hebrea, la certidumbre profética por haber visto a mi doble?
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