Los ojos con los que miramos a la Naturaleza

y los ojos con los que la Naturaleza nos mira

son una misma Mirada.

Somos Naturaleza.

 

 

 

 

 

 

 

NATURALEZA

 

He reducido el mundo a mi jardín y ahora veo la intensidad de todo lo que existe”. (José Ortega Y Gasset)

El amor por la jardinería es una semilla que una vez sembrada nunca muere. Así lo he vivido desde que regaba las jardineras de mi madre siendo niño. Se me quedaban pequeñas y como desde la terraza se divisaba la Alhambra y el Generalife, a sus jardines acudía sábados y domingos a escuchar el “agua oculta que llora”, como definió Granada Federico García Lorca.

En culturas como la sumeria, la hindú, la hebrea, la cristiana, la mesoamericana… en el origen existía un lugar idílico, un hermoso Jardín de inocencia y unidad con la naturaleza. A lo largo de la historia los grandes imperios y reinados hicieron ostentación de su poderío con suntuosos palacios y sus impresionantes jardines (Babilonia, Versalles, La Granja. Aranjuez…).

Muchos pintores dedicaron sus cuadros a parques y jardines, pero Claude Monet creó además uno de los más armoniosos y originales, el de Giverny, del que llegó a decir: “Mi jardín es mi más bella obra de arte… simplemente es amor”. Amor como el de los árboles, que meditan en invierno, florecen en primavera, dan fruto en verano y se despojan de lo superfluo en el otoño.

Escribe el filósofo y jardinero, Santiago Berruete, “los jardines expresan no solo una cosmovisión y un proyecto de sociedad, sino también un ideal de vida… una representación sensible de la felicidad… traducen la ideología vigente en cada etapa histórica, transmiten mensajes cifrados del inconsciente colectivo y materializan fantasías utópicas… Desde el más suntuoso parque de recreo hasta el más humilde huerto familiar, invocan el recuerdo del edén, arquetipo de las utopías y todos los paraísos soñados por la humanidad” (“Jardinsofía. Una historia filosófica de los jardines”, Turner Publicaciones).

Gran consuelo a mi quijotesco empeño de transformar, desde hace trece años, un erial intransitable en un espacio público de disfrute y encuentro: el Jardín los Hortales.

Reconfortado al recordar citas como la del filósofo inglés Francis Bacon (“la jardinería es el más puro de los placeres humanos”) o la de Pablo Neruda (“podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”). También, al revisar algunos de los vídeos que recogen celebraciones en el este jardín vecinal.

El jardin de los poetas from Raul Medina on Vimeo.

Espontaneidad, creatividad, recordatorio del paso de las estaciones y de la vida…. (solsticio de invierno de 2014, filmado por Raúl Medina)

Solsticio de invierno en el jardin from Raul Medina on Vimeo.

El mismo día otro artista anónimo recoge otra visión, fijándose en cómo se puede momentáneamente volver a la infancia, jugando, cantando, pisando hojas caídas, huerto urbano en Pozuelo.

Mi agradecimiento profundo a tod@s l@s participantes y colaborador@s puntuales de toda esta reciente fase de mi vida que ahora cierro. Y lo más reconfortante es saber algo que ya sabían los griegos: que una sociedad crece cuando los ancianos plantan árboles bajo cuya sombra saben que no se van a sentar y que nunca recogerán sus frutos. Existen además muchos solares abandonados, pequeños descampados y rincones urbanos deteriorados, que podrían embellecerse con plantas, flores y/o hortalizas. Un buen pretexto para comunicar en estos tiempos de “sálvese quien pueda”, una oportunidad para hacer ejercicio al aire libre de forma gratuita y gozosa. Un modo de aumentar la calidad de vida y prolongar una buena longevidad. Hacer esto, incluso en balcones y terrazas, se convierte hoy día en un acto de resistencia, de pacífica insumisión ante un sistema que nos lleva al utilitarismo y la insolidaridad. Una forma de aportar nuestro grano de arena a la construcción de un nuevo paradigma.

Decía Martin Luther King antes de ser asesinado, “si supiera que el mundo se acaba mañana, hoy todavía seguiría plantando un árbol”. Retomaba sin saberlo a Michel de Montaigne, que varios siglos antes escribió: “que me halle la muerte plantando coles, más indiferente a ella y más aún a mi imperfecto jardín”. Ambos merecen haber sido “filósofos del jardín” de Epicuro.

Alfonso Colodrón

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