Me llamó un joven amigo desde Nueva Zelanda a las 7h de la mañana. Allí eran las 7h de la tarde y se estaba poniendo el sol. Paseaba por el bosque, cerca de su caravana, mientras charlábamos de lo divino y lo humano con la cámara abierta del WhatsApp. De repente, dos sillas vacías, esculpidas con dos troncos de árboles, y una mesa de ajedrez. Nos sentamos virtualmente a continuar la partida de ajedrez de la amistad, una y otra vez renovada.

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